A veces, en días como hoy, el mundo parece deslucido.
Horrible, sucio, degradado.
Con necesidad de un urgente lavado de cara.
Un torrente de lluvia que lave la miseria y podredumbre que poco a poco trepa por su estructura.
Un aguacero repentino, violento y frío. Como los chaparrones de verano con frías gotas que lo cubren todo, sofocando el pegajoso calor propio de estos días. Llenando el vacío con gritos de sorpresa y risas, seguido del zumbido de un centenar de insectos que vuelven a la vida tras una breve tregua.
O quizá una lluvia calma, persistente y abundante propia de los fríos días del invierno. De esas que poco a poco calan hasta los huesos, que hacen que todo parezca mojado y resbaladizo, que forman grandes charcos que te tientan a chapotear como un crío, con despreocupación y alegría.
Hoy el día luce triste, el mundo anhela un poco de cariño y de cuidado.